lunes, 23 de noviembre de 2009

"Eres más tonto que Menelik"


Menelik II fue el emperador de Etiopía entre 1889 y 1913 y demostró una curiosidad tremenda por los avances científicos, consciente de que en ellos radicaba el futuro, la prosperidad y el desarrollo. Por desgracia, la ciencia casi siempre superó sus entendederas y pasó a la historia por sus muchas meteduras de pata, lo que a la larga sirvió de base para que se acuñara la popular frase: "Eres más tonto que Menelik".
El bueno de Menelik ya había demostrado sus pocas luces cuando firmó un tratado con Italia escrito en... italiano, lengua que no entendía. Sin él saberlo, con su rúbrica convertía a Etiopía en protectorado italiano. Cuando se enteró del engaño, se negó a aceptarlo y, por fortuna para él, derrotó a las tropas transalpinas que intentaron invadir Etiopía como respuesta.
Menelik hizo muchas cosas buenas por su país: intentó abolir la esclavitud, acabó con el feudalismo y los privilegios de la nobleza, modernizó el Ejército, la economía y la sociedad y, en general, intentó crear un Estado moderno. Y, como parte de ese plan, comenzó a adquirir inventos.
Un día quedó fascinado por un nuevo ingenio que se había presentado en EE.UU. para ejecutar prisioneros y decidió encargar tres de aquellas maravillosas sillas eléctricas. Sillas que jamás pudieron ser usadas en Etiopía, pues el país carecía de la potencia eléctrica necesaria para hacerlas funcionar. Ni corto ni perezoso, Menelik las usó como tronos.


El día que recibió unos aparatos de teléfono, instaló uno en casa de su tesorero y otro en su propio palacio. Pero, cuando telefoneó al contable, éste recibió una descarga eléctrica (tenían electricidad en el país, pero muy poquita) por parte de un mal empalme realizado en el aparato y los sacerdotes quemaron ipso facto el teléfono por considerarlo obra del Diablo. Menelik aprendió la lección de la pérdida de su juguete y, cuando se compró un proyector de cine, mostró a los clérigos una película de Jesús caminando sobre las aguas para que no lo pudieran asociar con nada maligno ni osaran quemárselo o algo por el estilo.
Pese a su afán de modernización, Menelik alimentó su propia leyenda bufa cuando, ya mayor y muy enfermo, falleció de una apoplejía en Addis Abeba (ciudad que fundó él, por cierto) mientras se intentaba comer enterito el 'Libro de los Reyes' de la Biblia, convencido de que sanaría si engullía páginas de texto sagrado.

viernes, 20 de noviembre de 2009

El auténtico hombre lobo


Shaun Ellis es un investigador de la vida silvestre. Se especializa en lobos y, un buen día, tras escuchar que la tribu india de los Nez Percé (del francés "nariz agujereada") logra "comunicarse" con los animales salvajes, se marcha a los bosques de Idaho con una idea: convivir con los lobos hasta convertirse en el intérprete que comunique su mundo con el de los humanos.
Shaun sabe que no puede incorporarse a una manada hasta que alguno de sus miembros haya muerto, de modo que se dedica a vivir en los límites del territorio de una jauría, como un lobo solitario, durante varios meses. Una noche escucha tristes aullidos: un miembro de la manada ha fallecido al fin. Decide aprovechar el momento y se interna en el territorio del clan de lobos que, como sabe, están buscando un nuevo miembro para mantener su número de miembros, como si de la Real Academia de la Lengua se tratase. Aguanta unos cuantos mordiscos de presentación tras las rodillas: si corre o lucha, no lo aceptarán. Por suerte para él, el lobo fenecido era un miembro de poca importancia, lo que le facilita la integración al no interferir en la jerarquía. Hay un lobo Alfa (el más inteligente, al que los demás deben proteger), un lobo Beta (el más fuerte), un Difusor (que ayuda a aliviar las tensiones entre los miembros de la manada), un Cuidador (que se encarga de vigilar a las crías)... Le toca el puesto de Cuidador.


Al principio, tiene que comer de la misma carne regurgitada que le traen los lobos adultos para alimentar a las crías. Más tarde, comparte con ellos la carne fresca de los ciervos recién abatidos, arrancándola del cadáver con su boca, como todos los demás. Arrodillado junto al ciervo, tiene 20 cm de espacio para morder, con sendos lobos a los lados soltando dentelladas a su vez. En cada ocasión que invade la zona de ciervo de otro lobo, éste le muerde en la cara como advertencia. A veces se desmaya por los mordiscos.


Aprende a aullar. Aprende también, enseñado por el lobo Alfa, a colocar objetos en los cercados electrificados para que éstos se cortocircuiten y así poder cruzarlos para atacar al ganado.
Y pasan dos años y medio.
Un día, ve su reflejo en el agua, no se reconoce y decide volver a la civilización. Pero no se adapta: sus relaciones sociales fracasan, su novia lo abandona... Decide regresar a su trabajo, a convivir con los lobos, una vida que considera mucho más sencilla y satisfactoria que la humana. ¿Está loco o es un iluminado? ¿Es una sabia decisión renunciar a la propia naturaleza? ¿Dejar de ser humano para convertirse en lobo? ¿Qué haríais vosotros en su lugar?

viernes, 6 de noviembre de 2009

Goiânia


Hace 21 años, en la calle 6 de la localidad brasileña de Goiânia, existía un pequeño depósito de chatarra al que fue a parar una máquina desechada de un instituto de radioterapia. En su interior, el dueño del depósito encontró un cilindro metálico que no dudó en abrir a mazazos. ¡En el cilindro había un polvo de un hipnótico color azul brillante! Era tan hermoso... Y si estaba tan bien guardado, sin duda ese polvo debía de ser valioso...
El chatarrero se llevó el cilindro a su casa y reunió a su familia para mostrarles su hallazgo. ¡Qué bonito polvo azul! ¡Brillaba en la oscuridad! Las mujeres y las niñas se lo pusieron sobre la cara a modo de maquillaje. La hija del chatarrero probó a echarlo sobre un poco de pan y comerlo como si fuera mantequilla. No sabían para qué servía, pero sentían que debían compartirlo generosamente con sus vecinos. De modo que lo repartieron por el vecindario.
Cesio viene del latín y significa "cielo azul". Y aquel brillante polvo azul no era sino Cesio-137, un isótopo radiactivo soluble en agua que es terriblemente tóxico aun en cantidades ínfimas. Una vez se libera en el medio ambiente, permanece presente durante muchos años y puede causar cáncer hasta 30 años después de entrar en contacto con él.
Una semana después del hallazgo del chatarrero, su mujer, alertada por la repentina enfermedad que sufrían sus vecinos y amigos, visitó al médico, y éste diagnosticó intoxicación aguda por radiación ionizante. Todas las casas del barrio fueron demolidas y todas las mascotas fueron sacrificadas. En total, 60 personas murieron, entre ellas los policías y bomberos que se encargaron de la limpieza, pues no tenían ninguna formación y carecían de la protección adecuada.


La contaminación se extendió en un radio de 80 kilómetros, 628 personas resultaron contaminadas y más de 6.000 estuvieron expuestas.
Hoy, con dos décadas de perspectiva, puede parecernos un desastre típico de los 80, en el que coincidieron fatalmente el descuido en la gestión de los residuos radiactivos y la incultura de quienes hallaron aquel cilindro. Pero... ¿qué impide que una tragedia similar pueda volver a acaecer nuevamente en otro entorno urbano? Sin ir más lejos, en Cádiz, en 1998, una fuente de Cesio-137 se fundió y el accidente no fue detectado en los pórticos de medición de radioactividad. Por no hablar de la ex Unión Soviética, con muchas fuentes de Cesio-137 dispersadas sin control en los años 90 por todo su territorio. A todo el mundo le aterra la posibilidad de un nuevo Chernóbil. Esperemos que un incidente como el de Goiânia, alejado de las centrales nucleares, tampoco vuelva a golpearnos.