domingo, 27 de septiembre de 2009

MacArthur o la locura nuclear


Hace unos meses escribí sobre el poco conocido Incidente del Equinoccio de Otoño, en el que al mundo le faltó un pelo de ardilla para ser arrasado por misiles nucleares. Hoy voy a dedicarle unas líneas al descerebrado de Douglas MacArthur. En la historia de EE.UU., sólo cinco militares han logrado alcanzar el rango de General de Ejército. Y él fue uno de ellos, vaya tela...


Tras la II Guerra Mundial, EE.UU. y la U.R.S.S. dividieron la Península de Corea en dos, partiéndola por el paralelo 38º. En el norte se formó una república popular comunista y, en el sur, una nación conservadora de corte capitalista apoyada por los yanquis. La Guerra de Corea (1950-1953) se inició cuando Stalin dio el visto bueno a los del norte para que invadieran el sur. Entraron a saco y casi echan a los surcoreanos al mar, pero EE.UU. reaccionó rápido y desembarcó a sus tropas del Pacífico, bajo el mando de MacArthur, cerca de Seúl. Rápidamente recuperaron terreno y tomaron la capital del norte, Pyongyang. Entonces, los chinos, con mucho apoyo soviético, penetraron por el norte de Corea para enfrentarse a los yanquis y... en ese momento se le fue la pinza a MacArthur.
"Yo hubiera lanzado unas treinta bombas atómicas (...) concentrando el ataque a lo largo de la frontera con Manchuria. Luego habría llevado 500.000 soldados de la China Nacionalista al Yalu y desparramado detrás de nosotros, desde el Mar de Japón hasta el Mar Amarillo, una línea de cobalto radioactivo (...) cuya duración de vida activa es de entre 60 y 120 años. Durante al menos 60 años no hubiera podido haber ninguna invasión terrestre de Corea del Norte". Éste era el sutil plan de MacArthur, según él mismo contó en una serie de entrevistas que no fueron publicadas, por razones obvias, hasta su muerte.
MacArthur solicitó al presidente Truman autorización para utilizar bomas atómicas a discreción: el 24 de diciembre de 1950, MacArthur pedía a Papá Noel que le trajera 26 bombas atómicas para lanzarlas sobre "blancos estratégicos", 4 para lanzarlas "sobre las fuerzas de invasión" y 4 más para acabar con "cruciales concentraciones enemigas de medios aéreos". Como, según los datos oficiales, EE.UU. tenía 450 bombas nucleares, mientras que los soviéticos sólo contaban con 25, razonaba MacArthur que el riesgo de una posible respuesta soviética era bajo. El senador Albert Gore (sí, el padre de Al Gore, el del documental sobre el cambio climático) apoyó la sugerencia de MacArthur, lamentándose de que Corea fuera "una picadora de carne para las tropas estadounidenses" y sugiriendo que se acabara con la guerra "mediante algún cataclismo".
Por suerte, los Jefes de Estado Mayor se negaron a recurrir a las armas nucleares y decidieron proseguir la guerra por los métodos tradicionales. La zona, aún hoy, tiene muchas papeletas para convertirse en el escenario del próximo conflicto nuclear, gracias al ciclotímico pirado que gobierna en Corea del Norte, Kim Jong Il (qué se puede esperar de un tipo cuya peli favorita es 'Viernes 13'...).
Pero de él escribiré otro día.

viernes, 18 de septiembre de 2009

J.C.V.D.



Mi madre me ha telefoneado para regañarme porque llevo un mes sin actualizar el blog. Y tiene razón, así que... Here we go again!
Aquí arriba os dejo la mejor escena que ha rodado Jean-Claude Van Damme en su vida. Pertenece a una de sus últimas películas, 'JCVD', dirigida por el francés Mabrouk El Mechri, quien logra exprimir a Van Damme en un auténtico ejercicio de psicología. Porque la estrella belga está mal, muy mal: la droga, los divorcios, la decadencia de su carrera... El tío tiene la cabeza llena de bichos de afilados dientes y está rodeado de un montón de "amigos" que le siguen el rollo y le acabarán conduciendo a la tumba (sí, como le pasó a Michael Jackson). El Mechri consiguió convencer a Van Damme para que hiciera una película sobre un atraco a una oficina postal en el que se ve implicado cuando, deprimido por perder la custodia de su hija, regresa a Bélgica en busca de sus orígenes. Vamos, que Van Damme hace de Van Damme.
La escena de arriba, de 6 minutos, es un acto de confesión en el que el actor se alza sobre la escena y se dirige directamente al espectador, a ése que le ha visto matar a cientos de personas en multitud de filmes, y le cuenta quién es en realidad. Conmovedor. Si la pilláis en DVD, los extras, en los que se ven las estrategias del director para que a la megaestrella no se le vaya la pinza, no tienen desperdicio (como ejemplo, la taquilla que rompe Jean Claude de un cabezazo por haber olvidado una línea de guión).