viernes, 20 de marzo de 2009

El Sínodo del Terror


¡Pobre Formoso! Fue Papa durante cinco años (891-896), pero siempre será recordado por el concilio que presidió nueve meses después de palmarla. En vida hizo los méritos suficientes para llegar a lo más alto de la Iglesia, incluyendo un buen puñado de enemigos poderosos y rencorosos. Tanto eran así, que, tras el fallecimiento de Formoso, el nuevo Papa, el simpático Esteban VI, ordenó que lo desenterraran, lo vistieran con las ropas papales y lo sentaran en un trono destacado en un sínodo (conocido como el Concilio Cadavérico o Sínodo del Terror) convocado con el único fin de poder juzgarle por aquello por lo que no había podido ser juzgado en vida. El cargo principal fue que había dejado su cargo de obispo para ejercer de Papa (¿acaso no lo hacen todos?). El caso es que fue declarado culpable con gran rapidez (recordemos que llevaba ya nueve meses dando de comer a los gusanicos, el pobre, y no debía de oler a rosas precisamente), se declaró nulo su papado, le quitaron las vestiduras papales, le cortaron los tres dedos de la mano derecha que usaba para bendecir (el detalle sanguinario nunca faltaba en los procesos de la Alta Edad Media) y enterraron su cadáver de nuevo en un lugar oculto. Y doce siglos después yo me pregunto... ¿qué pinta Dios en todo esto?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Está claro que no pintada absolutamente nada en esos tejemanejes... Enhorabuena por tu blog