martes, 12 de agosto de 2008

Gutenberg y los cuentos de terror


El terror es uno de los géneros que más seguidores fieles atrae. Bien lo intuía aquel herrero alemán al que, allá por 1449, le dio por inventar la imprenta de tipos móviles: la segunda obra que imprimió –tras el 'Misal de Constanza'– fue una de terror, sabedor de que dicho tipo de escritos eran los que mejor se venderían (aunque para su desgracia murió arruinado; ¡malditos préstamos bancarios!). Se titulaba 'La Biblia' y no es mi intención ofender a nadie, pero es innegable que reúne todos los elementos característicos del género: demonios, criaturas sobrenaturales, violencia, vísceras, matanzas de niños... E incluso ese fino terror-suspense al estilo Hitchcock, con Abraham conduciendo a su hijo a un monte donde el lector sabe que habrá de matarlo (¿Se salvará? ¿Se echará atrás el padre? ¿O sucumbirá al cruel chantaje divino? ¡Argh, qué angustia!). Es una obra que, si no fuese porque la edita quien la edita, jamás habría pasado una censura hace treinta años y que, sin embargo, se leía y hacía leer (y se lee y hace leer) a los niños desde su más tierna infancia. Y me parece estupendo. Los niños tienen que tener a su alcance obras lo más imaginativas posibles y, si bien la Biblia es un libro duro, no lo son menos los tradicionales cuentos infantiles, capaces de deshollar la sensibilidad de un caballero legionario: 'Las zapatillas rojas', del danés Andersen, por ejemplo. En esta obra, una niña pobre que de mayor quiere ser bailarina pierde a su madre y es recogida por una señora que le da pasta para que se compre unos zapatos para su puesta de largo. Ella desobedece y se compra unos llamativos zapatos rojos de baile, pecando de vanidad ante todo el pueblo (¡hay que joderse! ¡Sólo son unos zapatos!). Y encima se los pone para el funeral de su benefactora. Así que un tipo le echa una maldición en la iglesia y los zapatos se funden a sus pies y comienza a bailar sin parar. Y baila y baila hasta que, sintiendo que va a morir si no deja de bailar, va a ver al verdugo y le pide que le corte los pies. Y se los corta. Y la chica, con la lección aprendida y unos pies de madera, vive ¿feliz? desde entonces. ¿Y esto es para niños? ¡Si a mí me duelen los tobillos ahora mismo sólo de escribirlo!

2 comentarios:

Zhukovsky dijo...

Cuánta razón. Yo siempre lo he dicho, Dios es mi personaje favorito de ficción.

PADRE RESPONSABLE dijo...

Has dado en un clavo, Pedro. ¡Y si vieras la imaginería sangrienta de clavos y carnes deshechas que se guarda en urnas de vidrio en iglesias de toda Colombia! A ver quién se anima a transcribir un pedacito de terror bíblico para ilustrar mejor esto... Ah, y claro, faltó decir que Gutemberg también sabía del Cantar de los Cantares... por si alguien buscaba la sección rosa de aquella biblioteca de dos tomos...