jueves, 28 de agosto de 2008

Ismail Kadare, el Delibes de Albania


El escritor albanés Ismail Kadaré (Gjirokaster, 1936) es sin duda el mejor escritor de su país. Estudió en la Universidad de Tirana y luego en la de Moscú, hasta que su país y la URSS rompieron relaciones y hubo de regresar a Albania. En 1990, antes de que cayera el comunismo en su tierra, pidió asilo a Francia. "Las dictaduras y la literatura auténtica son incompatibles", afirmó. Uhm... Aunque comprendo lo que quiere expresar con esas palabras, me hace gracia la expresión "literatura auténtica": ¿acaso hay una literatura que sea de mentira? En mi opinión sólo hay géneros y estilos. Se puede decir que un escrito es soso, poco trabajado, aburrido, grotesco, infantil, pedante, repetitivo... Pero no por ello ha de dejar de ser considerado literatura. El calificativo "auténtico" siempre fue usado, precisamente, por los dictadores...
Frases lapidarias aparte, Kadaré es un magnífico autor, que me recuerda en muchos aspectos al entrañable Miguel Delibes, por sus descripciones costumbristas del mundo rural y por sus personajes, tan reales y tan personajes a la vez. 'Abril quebrado' es uno de los mejores libros que he leído y 'El palacio de los sueños', probablemente su obra más famosa, es muy superior a las pesadillas burocráticas de Kafka. En ella se narra la carrera funcionarial de un joven en un palacio al que llegan continuamente mensajeros que se dedican a recopilar todos los sueños que tienen las gentes del Imperio. Los sueños son estudiados y analizados uno por uno para ver si hay disidencia en ellos y son catalogados en función de su peligrosidad... Lo mejor de Orwell y Kafka juntos, pasado por la batidora del comunismo albanés y decorado con las descripciones de un genio costumbrista. Muy recomendable.

miércoles, 27 de agosto de 2008

¡A la calle!

La BBC ha despedido fulminantemente a Chris Price, un locutor deportivo de su emisora Radio Manchester por decir, durante un partido de fútbol, que un delantero estaba haciendo en la defensa del Bradford "más agujeros que en un avión español". He visto la noticia en la web del Manchester Evening News. Los oyentes se quejaron inmediatamente y la cadena, tras publicar una disculpa, ha despedido a Price. Bien por los oyentes ingleses, que protestaron ante algo que les pareció incorrecto aun tratándose de una tragedia sucedida en otro país; bien por la BBC, que sabe defender su imagen como debe ser: obligando al periodista a la disculpa y echándolo de una patada; mal por Price, quien, pese a tener sólo 25 años y trabajar en sus ratos libres en el Club de la Comedia, no puede excusarse alegando, tal y como ha hecho, que "sólo fue una frase ilustrativa, sin ánimo de hacer un chiste (es decir, que la defensa tenía agujeros como... como... ¡como los aviones españoles! ¡Una comparación muy apropiada, sí, señor!). Y yo ahora me pregunto: "¿Qué habría pasado si cambiamos la BBC por TVE y a Chris Price por María Escario, por ejemplo?". La respuesta la conocimos todos hace poco: una simple disculpa escrita y a otra cosa, mariposa. María Escario sigue siendo considerada una gran profesional y Chris Price, según los periodistas de la BBC, "un estúpido y un mal profesional". Y por eso, entre otras muchas cosas, la BBC es la BBC y TVE es TVE. Y po eso el periodismo en Inglaterra es una cosa seria y en España tiene una pésima imagen...

martes, 26 de agosto de 2008

Se merece nuestro respeto


He recibido un e-mail de Aída Berliavsky, autora de la obra 'Doron Benatar y el libro de los nombres muertos' en el que me pide que comente su obra en el blog. He de reconocer que no la he leído, pero, qué narices, alguien que publica su primera obra y se mueve y se lo curra para darla a conocer merece respeto y que sus esfuerzos no resulten inútiles (algo que produce melancolía). Así que aquí cito una sinopsis y, quien lo haya leído (¡compradlo, malditos; que hay que apoyar la literatura!), que aporte sus comentarios:
"Dorón Benatar es un tipo curioso, se convirtió en detective privado titulado siendo doctor en Filosofía pero cansado de hacer suplencias en colegios ricos con alumnos sólo preocupados por su pelo, su ropa y su móvil. Sus casos son intrascendentes hasta que se ve metido en la recuperación de un ejemplar único de la versión toledana del Necronomicón del siglo XVII robado a la familia Toledano. Inmerso en la investigación del robo, se verá envuelto en una espiral de intereses de sectas, sociedades secretas y bandas callejeras dispuestas a todo por obtener la posesión del libro. Pero no solamente la trama de la historia es atrayente, el personaje en sí mismo y el entorno en el que se recrea la acción también forman parte del atractivo del libro porque en él describe Madrid. Además, como judío madrileño que es, de madre askenazí y padre sefardí, salpica la acción con el discurrir cotidiano de una familia judía madrileña de nuestro tiempo y deja pequeños posos de la tradición cultural hebrea en forma de deliciosos relatos".

miércoles, 20 de agosto de 2008

¡Exterminad a todos los salvajes!


Joseph Conrad es para muchos pirados "el tipo que escribió 'Apocalipsis Now"; para otros, "el autor de 'El corazón de las tinieblas"; para unos pocos, Józef Teodor Konrad Korzeniowski, un emigrante polaco (que nació en Berdyczów, hoy Ucrania, en 1857) nacionalizado inglés que se pasó buena parte de su vida en la marina mercante. Fue esta experiencia la que marcó sus obras: aprendió el inglés (idioma en el que escribía pese a dominar mejor el francés, la lengua de las elites culturales por aquella época) tras enrolarse en un barco británico para evitar el servicio militar ruso; se vio involucrado en tráfico de armas y en conspiraciones políticas; se intentó suicidar a los 21 y en 1889, a los 32, visitó el Congo y se quedó horrorizado por los abusos que cometían los colonos contra la población nativa. Fue ese viaje el que inspiró 'El corazón de las tinieblas'. Y la última frase del informe-guía-panfleto que elabora el buen demente Kurtz para la Sociedad Internacional para la Supresión de las Costumbres Salvajes –más que el superconocido "¡El horror! ¡El horror!"– es la que me llama la atención: "'¡Exterminad a todos los salvajes!". Y me intento colocar en la situación de Kurtz (figuradamente, por supuesto) y me pregunto: "¿Habría extraído yo la misma conclusión?". Si fuese un imperialista mercader de marfil que, gracias a mi tecnología superior, me he convertido en un semidios para los nativos de la jungla que rodea un puesto avanzado y les hiciese practicar rituales como un tirano, puede que sí. Pero si cambiamos la jungla por cualquier otro entorno hostil (como, por ejemplo, la consulta del dentista) y a los nativos africanos por personas cuyos criterios morales difieren y chocan con los míos (como, por ejemplo, el sádico dentista que es capaz de hacer oídos sordos a los gritos de dolor mientras urga en busca de caries)... ¿no sería capaz de aconsejar a quien quisiera escucharme que liquide a semejante monstruo? Si padeciese fiebre de la jungla, como Kurtz, imagino que sí... Creo que, con las condiciones adecuadas, todos podríamos ser Kurtz.
(Y esta tarde tengo que ir al dentista... ¡El horror! ¡El horror!)

lunes, 18 de agosto de 2008

No veo, no oigo, no digo maldades


Los tres monos místicos de la tradición japonesa llevan cuatro siglos indicando al ser humano qué debe hacer para alcanzar la sabiduría: no prestar oído a las maldades, negarse a presenciarlas y, sobre todo, no decirlas. Existe un longevo debate sobre el significado real de la pose de los simpáticos Mizaru, Kikazaru e Iwazaru (pues estos son sus nombres, con un juego de palabras entre la pronunciación de "saru", que significa "mono", y el sufijo de negación "zaru"): algunos dicen que simplemente representan el miedo humano, pues adoptan las posturas de reacción primaria ante él. Pero a mí me gusta más la primera hipótesis. Me hace pensar. En el periodismo, principalmente. ¿No es tarea de los periodistas escuchar y ver lo que ocurre –en su mayoría, cosas malas– para después contarlas? ¿Nos alejaría eso de la sabiduría? ¿Deberíamos ignorar las maldades y no hacernos eco de ellas? Quizá nuestra labor como meros transmisores de información debería dejar en manos del público la toma de decisiones filosóficas: aquí está, esto ha pasado, ahora tú verás si haces algo al respecto o si prefieres ignorarlo, no ver, no escuchar... Sí, quizás sería así... si fuésemos eso, "meros transmisores de información". Pero no lo somos. Somos personas y, por más que nos empeñemos, tomamos una postura ante una información, tenemos unos criterios previos, unas nociones de lo que es más o menos importante, de lo que interesa y de lo que no. Y nos transformamos en las manos que tapan los oídos de la gente, en las manos que ciegan sus ojos, en las que taponan las bocas de aquellos cuya opinión no nos interesa. De igual forma, hay otras manos que nos tapan ojos, boca y oídos a los periodistas: las de nuestros anunciantes, las de la postura editorial del medio para el que trabajamos, las del tiempo y el espacio disponibles...
No creo que la sabiduría se alcance mediante no ver, no oír y no decir maldades. Creo que nos acercaremos a ella cuando sean las propias manos de cada mono las únicas que se posen en su cabeza.

martes, 12 de agosto de 2008

Gutenberg y los cuentos de terror


El terror es uno de los géneros que más seguidores fieles atrae. Bien lo intuía aquel herrero alemán al que, allá por 1449, le dio por inventar la imprenta de tipos móviles: la segunda obra que imprimió –tras el 'Misal de Constanza'– fue una de terror, sabedor de que dicho tipo de escritos eran los que mejor se venderían (aunque para su desgracia murió arruinado; ¡malditos préstamos bancarios!). Se titulaba 'La Biblia' y no es mi intención ofender a nadie, pero es innegable que reúne todos los elementos característicos del género: demonios, criaturas sobrenaturales, violencia, vísceras, matanzas de niños... E incluso ese fino terror-suspense al estilo Hitchcock, con Abraham conduciendo a su hijo a un monte donde el lector sabe que habrá de matarlo (¿Se salvará? ¿Se echará atrás el padre? ¿O sucumbirá al cruel chantaje divino? ¡Argh, qué angustia!). Es una obra que, si no fuese porque la edita quien la edita, jamás habría pasado una censura hace treinta años y que, sin embargo, se leía y hacía leer (y se lee y hace leer) a los niños desde su más tierna infancia. Y me parece estupendo. Los niños tienen que tener a su alcance obras lo más imaginativas posibles y, si bien la Biblia es un libro duro, no lo son menos los tradicionales cuentos infantiles, capaces de deshollar la sensibilidad de un caballero legionario: 'Las zapatillas rojas', del danés Andersen, por ejemplo. En esta obra, una niña pobre que de mayor quiere ser bailarina pierde a su madre y es recogida por una señora que le da pasta para que se compre unos zapatos para su puesta de largo. Ella desobedece y se compra unos llamativos zapatos rojos de baile, pecando de vanidad ante todo el pueblo (¡hay que joderse! ¡Sólo son unos zapatos!). Y encima se los pone para el funeral de su benefactora. Así que un tipo le echa una maldición en la iglesia y los zapatos se funden a sus pies y comienza a bailar sin parar. Y baila y baila hasta que, sintiendo que va a morir si no deja de bailar, va a ver al verdugo y le pide que le corte los pies. Y se los corta. Y la chica, con la lección aprendida y unos pies de madera, vive ¿feliz? desde entonces. ¿Y esto es para niños? ¡Si a mí me duelen los tobillos ahora mismo sólo de escribirlo!

martes, 5 de agosto de 2008

¿Destaco esta noticia o destaco esa otra? El eterno dilema del periodista...


Me llama la atención leer en la portada de la edición digital de 'El País', en la mañana del 5 de agosto, dos noticias que ocupan un espacio similar y una posición semejante y que, por tanto, poseen una importancia equivalente para la persona encargada de decidir la jerarquización de contenidos. El titular de la primera noticia reza "Ban Ki-Moon alerta sobre la gravedad de la crisis alimentaria" y el de la segunda, "Cuentos chinos en clave pop". Esta última información destaca sobre la otra gracias a ir acompañada de una ilustración, concretamente la de aquí arriba, obra de Jamie Hewlett. ¿Sobre cuál de las dos harías clic antes? Yo no dudé: sobre la del mono. Y me enteré de que un tipo que antes tocaba en el grupo Blur ha compuesto una especie de ópera que en realidad "es un espectáculo circense, donde actores, contorsionistas y acróbatas conviven con personajes de animación. La narración del viaje espiritual de un mono. Una pieza teatral donde los artistas cantan arias practicando kung-fu o suspendidos en el aire". Vale. Guay. Voy a repetir lo esencial para que te recrees en su musicalidad: "La narración del viaje espiritual de un mono". Volví a la portada y pinché en la otra noticia, en la que no llevaba imagen, en la menos importante. Y me enteré de que el secretario general de la ONU hace un llamamiento a la comunidad internacional para que atienda la problemática de la crisis alimentaria y el cambio climático, dos fenómenos que "amenazan seriamente a las nuevas generaciones". Repito la parte clave: "Amenazan seriamente a las nuevas generaciones". Los periodistas somos, indudablemente, responsables de decidir qué es noticia y qué no; qué es importante que conozca el ciudadano y qué no. Si yo hubiese tenido sólo un minuto de tiempo para leer las noticias, sólo me habría informado sobre "el viaje espiritual de un mono" e ignoraría qué cosas "amenazan seriamente a las nuevas generaciones". Y que conste que me caen muy simpáticos los monos, como demuestra el título de este blog. Pero los periodistas deberíamos reflexionar.