martes, 29 de julio de 2008

Miyamoto Musashi: toda una vida para una obra cumbre

Miyamoto Musashi (1584-1645) fue un famoso samurái de la época feudal japonesa, considerado popularmente el mejor de la historia. Quitando las leyendas que le rodean, llenas de moscas atrapadas al vuelo con palillos y nubes de enemigos derrotados en combates numéricamente injustos, algunos datos de su vida sí parecen claros: fue un chaval muy desarrollado físicamente que, tras quedarse huérfano con siete años, se crió con un tío suyo que era sacerdote; este tutor fue quien le introdujo en el arte del guerrero y, con trece añitos, ganó su primer combate contra un samurái adulto, a quien derribó y, cuando éste se iba a levantar, abrió la cabeza con un palo, dejándolo seco. Buen comienzo. A los 17 años inició su Musha Shugyo, que consistía básicamente en vagabundear durante años por todo el país buscando rivales a los que derrotar en combate, algo muy común entre los samuráis de la época. Ganó más de 60 peleas, la mayor parte a muerte, y nunca fue derrotado. Cuando cumplió los 50, se cansó de repartir leña (curiosamente, solía usar espadas de madera, porque el tipo era tan hábil que no necesitaba filos para matar a sus rivales) y, como creía que ya había aprendido todo lo posible del vagabundeo, se asentó. Jamás se casó ni trabajó ni hizo otra cosa que dedicarse a mejorar su conocimiento de sí mismo y de su técnica. La iluminación a través del Camino de la Espada. Dos años antes de morir se retiró a una cueva y en ella, sintiendo cerca el final, se puso a escribir su libro, el famoso Libro de Los Cinco Anillos, superior en muchos aspectos al Arte de la Guerra del chino Sun Tzu, con enseñanzas más aplicables a la vida moderna y favorecedoras de la reflexión. La obra se compone de cinco tratados: El Manuscrito de la Tierra, El Manuscrito del Agua, El Manuscrito del Fuego, El Manuscrito del Viento y El Manuscrito del Vacío. Su libro es leído hoy en día por muchos empresarios japoneses para encontrar inspiración y guía a la hora de dirigir sus negocios. Da muchos consejos (sé como el agua, my friend, tu espíritu debe amoldarse al recipiente en el que se encuentre en cada momento; distingue las ventajas y desventajas de cualquier asunto; percibe y comprende aquellas cosas que a simple vista no se pueden ver; no pienses en lo que el enemigo te puede hacer a ti, piensa en lo que tú le puedes hacer a él; entrena constante y mentalmente: hoy es la victoria sobre tu Yo de ayer, mañana es tu victoria sobre hombres inferiores; no hagas nada que no tenga utilidad; si una estrategia no te funciona la segunda vez que la pruebas contra un mismo enemigo, no tiene sentido intentarlo una tercera...), pero, tras la mayoría de ellos, da el mejor de todos: "Sobre esto deberías reflexionar más"; "medítalo por ti mismo"; "razona lo aprendido"... Un tipo generoso: dedicar toda una vida entera a una sola cosa para que los que lean su obra puedan aprender todo lo que sacó él en claro sin necesidad de perder más de dos o tres horas de las suyas.

lunes, 21 de julio de 2008

Edgar Allan Poe o el arte de copiarse a uno mismo

La literatura de terror psicológico no sería lo mismo sin Poe. Mejor o peor, eso ya no lo sé; pero sin duda diferente. Dicen que es el padre del relato corto, pero eso lo afirman los yanquis, para quienes la literatura comenzó con Shakespeare, murió con Shakespeare y volvió a nacer en 1776 en la costa Oeste del Atlántico Norte para no abandonar ya nunca esas tierras. Si Poe es el padre del relato corto, entonces Cervantes es el de la novela, como no paramos de recordar los españoles (éste es otro tema que quizá trate en el futuro). Para quienes desconocen la biografía de Poe, les diré los dos datos básicos: nació en Boston en 1809 y la palmó tirado como un perro en las calles de Baltimore en 1849 (de delirium tremens, cólera, sífilis, epilepsia, meningitis... ¿Quién sabe?). En su obra, cómo no, destacan sus relatos de miedo. ¿Quién no ha leído o escuchado hablar de 'El pozo y el péndulo', 'El corazón delator' o 'El gato negro'? Pues bien, yo defiendo la teoría de que Poe se reía del "dark romanticism" en el que siempre le han catalogado junto a Hawthorne o Melville. Lo argumento: su primer cuento publicado, 'Metzengerstein', fue un intento de satirizar la ficción gótica (un joven noble alemán provoca un incendio que acaba con el patriarca de una familia rival y se queda prendado de un caballo salvaje que acabará por arrastrarle a las llamas de su propia mansión) recurriendo a los topicazos. Y Poe era un vago. Si había escrito algo que había gustado, lo repetía. Si cambiamos el gato negro de 'El gato negro' por un corazón, nos encontraremos con 'El corazón delator', con la única diferencia de estar tras una pared en lugar de bajo el suelo. Si algo funciona, ¿para qué cambiarlo? Y si a ti, en origen, te resultaba risible un género, has escrito algo de ese estilo y te has dado cuenta de que, por fin, te lo han publicado, ¿por qué no seguir escribiendo sobre oscuridades, angustias terribles como ser enterrado vivo y torturas como la de 'El pozo y el péndulo'? Así, 'El tonel de amontillado' vuelve a hacer hincapié en el emparedamiento, por ejemplo. Y su detective Dupin, de 'Los crímenes de la calle Morgue' es una copia de Vidocq (y luego Conan Doyle se copió de Dupin para crear a Sherlock Holmes; y ahora se han copiado de Holmes para crear al doctor House... Esto es una cadena sin fin). En fin, que Poe se autocopiaba, se repetía más que el TBO y estaría partiéndose de risa en su tumba sino le diese tanto miedo despertar después de ser enterrado.

miércoles, 16 de julio de 2008

Sobre arañas, timos y Bob Dylan

Escritura Automática es un mundo, superpoblado de manchas, que debe ser visitado una vez en la vida. Para a continuación ser enviado a la Galaxia de los Planetas Literarios Desterrados, junto a Poesías de Juventud y Letras de Canciones Sin Música. Para aterrizar en él, basta con un boli (una pluma no siempre chuta con la fiabilidad que requiere la escritura automática) y un folio en blanco o con cuadritos; o con aquellos divertidos renglones paralelos entre los que no había Dios que ajustase el tamaño de su letra. Se pone la mente en blanco y se empiezan a escribir todas las palabras que se te pasan por la cabeza, sin orden ni concierto. No se trata del "flujo de pensamiento" de Joyce: no es cuestión de expresar los pensamientos según el orden natural y errante que éstos siguen, sino de escribir todas las palabras que saltan de neurona en neurona gritándote: "¡Hey, estoy aquí! ¡Escríbeme, tío!". Por supuesto, no serás capaz de atrapar todas y, si lo haces correctamente (díficil determinar esto), muchas palabras se repetirán. ¿El resultado? Un puto galimatías que no te dirá nada a ti y mucho menos a un lector con un número de DNI diferente del tuyo. Sin embargo, hay autores que han llegado a tirar de nombre para colocar en las estanterías de las librerías volúmenes llenos de sus "pensamientos automáticos". Como Bob Dylan. Su libro 'Tarántula' es un buen ejemplo de escritura automática y una basura literaria talla XXL. ¡CONCURSA Y GANA!: Aquel de nuestros lectores que se lea entero 'Tarántula' y nos envíe una sinopsis correcta de 3 líneas sobre su contenido se llevará un piso en construcción de la promotora Martinsa-Fadesa. ¡Corre!

martes, 1 de julio de 2008

¡Pobre John Kennedy!

No, no voy a hablar de JFK, voy a hacerlo de John Kennedy Toole, un tipo cuya muerte no fue menos trágica que la del malogrado icono pop. El John del que hablo, como muchos sabréis, fue el autor de una obra maestra que ha inspirado a más de un cineasta y a más de diez escritores, 'La conjura de los necios', una "comedia" con un personaje principal, Ignatius J. Reilly, muy friki y muy real que se lee con distintos ojos antes y después de conocer la historia de su autor. John, que cumplida la treintena vivía con sus padres y, según dicen, había sufrido una severa represión por parte de su madre desde la infancia, escribió la novela, la envió a la editorial Simon&Schuster y le mandaron al carajo, argumentando que la obra "realmente no trataba de nada". John se sintió como un fracasado (muy típico de la mentalidad estadounidense, ese maniqueísmo 'winners' - 'losers') pilló una depresión, dejó el trabajo y en marzo del 69, mientras en algunas ciudades se celebraba la segunda primavera de la vida, él se metía en su coche, con una manguera que unía el tubo de escape con la ventanilla del conductor. Tenía 31 tacos. Tras su muerte, su madre encontró el manuscrito de 'La conjura de los necios', se lo envió al escritor Walker Percy y éste hizo que se publicara en 1980. En 1981, John ganó el Pullitzer. Moraleja: hay que pedir siempre una segunda opinión; sobre todo si la primera no nos gusta.

Aquí os dejo una foto de la estatua de Ignatius, el prota de 'La conjura de los necios', que hay en Nueva Orleans.